Durante el acto de asunción de las nuevas autoridades de la UNL, llevado a cabo el pasado 9 de marzo, el discurso del rector Enrique Mammarella fue interrumpido por aplausos espontáneos dedicados a “la patota del Octógono”, un legendario grupo de egresados de la FIQ que se reúne con cierta frecuencia y mantiene un contacto constante. Algunos fundaron empresas, institutos o se dedicaron a enseñar, siempre con la FIQ en el corazón, como un símbolo de pertenencia que trasciende el tiempo y las circunstancias.

El sábado 10 de marzo, algunos miembros del grupo que viajaron especialmente fueron recibidos en el Octógono de la FIQ por el decano Adrian Bonivardi, con quien dialogaron sobre el presente y futuro de su querida Facultad. Cuatro de ellos contaron sus historias de vida y describieron qué significó su paso por la UNL.

Luis Vidal. Un mendocino agradecido

Luis Roberto Vidal es mendocino, actualmente vive en Godoy Cruz y tiene 77 años. Vino a Santa Fe en 1961 a estudiar en la FIQ. Un año después llegó Roberto, su hermano menor, quien siguió sus pasos. “En ese momento había dos universidades importantes: la de San Juan y la del Litoral. La UNL tenía mucha más jerarquía así que me vine para acá. Mi primera residencia fue en el Colegio Mayor Universitario, dirigida por el Padre Leyendecker”, expresó durante la recepción organizada por el Decano de FIQ, Dr. Adrian Bonivardi.

“Hice la carrera en seis años, entre los que hubo una huelga universitaria que nos dejó más de siete meses sin clases. También formé parte el Coveic un tiempo”, contó. Tras egresar como Ingeniero Químico de la FIQ, volvió a Mendoza para trabajar en un molino de cereales y legumbres, una PyME familiar. “Allí era encargado de producción. En realidad tenía que tratar con el electricista, el carpintero, el soldador, el cañista, el pintor, en fin, del mantenimiento. Como era familiar, también era parte del equipo ejecutivo. Cuando cumplí 64 años la empresa se vendió y los nuevos dueños prescindieron de los ingenieros. Como tenía una posición económica cómoda, estuve un año sin hacer nada hasta que me jubilé. Así que dejé de trabajar y no hice absolutamente nada más referido a lo laboral, no lo he necesitado. Es una opción. Durante mi vida viví el ciclo completo y estoy muy feliz haciendo nada”.

A la hora de evaluar lo que significó la FIQ en su vida, sostuvo: “la formación fue muy buena, me sirvió mucho. Hice algunos cursos de posgrado, uno de ellos de Higiene y Seguridad, que me permitía hablar de igual a igual con quien nos prestaba el servicio en la empresa. También hice otro de Gerenciamiento para Ingenieros, que me sirvió para complementar mi otro título de Perito Mercantil en el trabajo de la dirección en la empresa”.

Sobre la “patota del Octógono”, hizo un resumen que deja muy en claro quiénes son: “comenzó con cinco amigos que viven en Buenos Aires y se juntaban cada tanto a comer. Cerca de la edad de la jubilación empezaron a agregar egresados y amigos de amigos, conformando un grupo de actualmente 92 personas. En los intercambios que tenemos por whatsapp veo cómo todos aman a la FIQ, egresamos de acá con un fuerte sentido de pertenencia. Quizás sea una forma indirecta de agradecer. Hemos llegado a ser quienes somos por ser ingenieros químicos”.

Juan Vidal. Una vida “a las carreras”

Juan Vidal pisó Santa Fe por primera vez en 1962 con la idea de estudiar Ingeniería Química en la UNL al igual que su hermano Luis. “De chico tuve la suerte de viajar bastante y el hecho de que mi hermano estuviera acá me hizo entrar con la puerta abierta. Me fue muy bien, hice la carrera muy rápido. Después de 50 años de egresado el sentimiento sigue siendo el mismo, creo que a causa de la gran integración: en la Facultad había gente de Santa Fe, de hecho me casé con una Ingeniera Química santafesina, y también del resto del país. Incluso venían desde otros países como Bolivia y Perú. Eso creaba vínculos especiales. Santa Fe y la FIQ me quedaron grabados a fuego”, dijo Juan llevándose una mano al corazón.

Luego de recibirse de Ingeniero Químico, el menor de los hermanos Vidal trabajó ocho meses en un laboratorio del Instituto Nacional de Vitivinicultura, en Mendoza. “Allí me fue muy bien y nos mandaron un mes a General Roca, Río Negro, con quien en ese momento era mi esposa. Luego me fui a Buenos Aires a trabajar en una industria de impresiones de cuero reconstituido. Y dediqué mis últimos 32 años laborales a una compañía multinacional líder en el mercado de válvulas para aerosol. Llegué a una posición muy relevante en la empresa”, resumió.

En cuanto a su vida actual, contó que “estoy retirado hace ocho años. Tuve una carrera muy intensa. Me recibí muy joven y mi vida fue a las carreras, por eso me jubilé más temprano”. Por estos días, dedica sus horas al directorio y voluntariado en la ONG “Asociación Pilares”. “Es muy lindo, trabajamos por el bienestar de Pilar, provincia de Buenos Aires, donde vivo. Le damos de comer a 2.000 chicos por mes, brindamos apoyo escolar y hemos pintado alrededor de 60 escuelas. También becamos a 40 directores de escuelas para que realicen cursos de seis meses en las universidades de San Andrés y Austral. Fue positivo ver cómo los cambió esa capacitación intensa. Me hace muy bien este trabajo, le dedico mucho tiempo”.

Sobre su relación con la “patota del Octógono”, comentó: “los que vivimos en Buenos Aires nos vemos los últimos miércoles de cada mes. Y tenemos un grupo muy especial de diez hombres que vivíamos en dos casas distintas en Santa Fe con el que nos juntábamos cada diez años. Ahora decidimos cambiar la frecuencia y juntarnos una vez al año con nuestras esposas incluidas. Según ellas todos los años hablamos de lo mismo, de los recuerdos de la época en la que vivimos aquí. Siempre como si fuera la primera vez. Es espectacular”, describió.

Ramón Cerro. De La Banda a Alabama

Ramón Cerro es oriundo de La Banda, Santiago del Estero. Comenzó a estudiar Ingeniería Química en la FIQ en 1959. “Viví en el Colegio Mayor Universitario, que ya tenía toda una estructura para alojar estudiantes. Allí conocí a Luis y Juan Vidal, Alfonso Ruiz y a otros santiagueños, de apellido Goitia y Manfredi”, contó.

Señaló que la educación técnica de la FIQ “fue muy buena, estudiar no era una presión. Uno no sólo se tenía que instruir sino también educar, en esa época estaba todo dado para que los alumnos participaran en diversas actividades como teatro, hasta la FIQ tenía un coro. Había mucha actividad cultural en el Paraninfo. Fueron años muy lindos”, valoró.

Tras recibirse en 1965 y completar el servicio militar, se dedicó a la docencia: trabajó tres años con el Ing. José Miguel Parera, primero como asistente y luego obtuvo el cargo de Jefe de Trabajos Prácticos. “Ese año que me recibí fue la renuncia del Decano Alberto Davie y la posterior huelga universitaria”, aporta entre sus memorias.

En enero de 1967, Ramón Cerro comenzó a cursar el Doctorado en Química en la Universidad de California. Completos sus estudios doctorales, volvió a vivir en Argentina entre 1972 y 1984. Durante ese periodo fue Vicedirector del INTEC y fundó el INGAR. Y, una vez, más volvió a Estados Unidos, en esta ocasión para quedarse: “estoy jubilado y soy Profesor Emérito en la Universidad de Alabama. Sigo dando algunos cursos y clases”, dijo sobre su vida en la actualidad.

Respecto a la conexión de la FIQ con el mundo, destacó que “esta Facultad siempre mandó mucha gente al exterior porque estaba muy bien formada. Con el Dr. Alberto Cassano logramos que al menos 100 personas puedan estudiar afuera. Los ingenieros químicos de la UNL siempre estuvieron muy bien conceptuados, tienen una especie de hermandad”.

Alfonso Ruiz. Trabajo duro, docencia y viajes

Llegó desde la ciudad de Mendoza en 1958 para estudiar Ingeniería Química en la FIQ. Como tantos otros estudiantes de provincias cercanas y no tanto, Alfonso Ruiz se alojó en el Colegio Mayor Universitario, “donde además de estudiar recibíamos una formación general y cultural muy interesante”, sintetiza sobre su primer hogar en la ciudad.

“En aquel momento la FIQ estaba en una escala muy superior en comparación con las del resto de país. Tenía una organización fantástica, algo que no he visto en otras facultades por las que transité a lo largo del tiempo. Trabajábamos muchísimo, teníamos entre 30 y 40 horas semanales de clases. Estábamos todo el día acá adentro y el sistema de organización de clases teóricas, coloquios y prácticas era muy bueno”, destacó.

Egresó en 1966 tras lo que califica como “una carrera tranquila, sobre todo en el último tramo que me sumé al Coveic, lo cual que me llevó casi un año dando vueltas por Europa. Fue una experiencia destinada a conocer industrias, pero más que nada para viajar con amigos y conocer otros países”.

Luego de obtener su título y el viaje por el mundo, Alfonso Ruiz regresó a su Mendoza natal. Trabajó un tiempo en la en industria frutihortícola: “me dedicaba al envasado de duraznos y tomates, entre otras variedades. Aprendí a los tropiezos porque no tenía formación para eso, sí aproveché la formación general que ya tenía. Luego estuve vinculado a la industria vitivinícola, enfocado en la logística del movimiento de materiales, almacenes y despacho de mercadería”.

La docencia en la cátedra de Físico Química de la carrera Ingeniería Industrial de UNCuyo lo mantuvo unido a su título de grado a lo largo de muchos años.  En la actualidad suele reunirse con los hermanos coterráneos Luis y Juan Vidal, también jubilados y egresados de la FIQ.

Interpelado sobre su pasado en la ciudad y en la UNL, comentó: “cuando vine acá, la masa de estudiantes de otros lugares era muy importante. Se notaban, tenían una gran presencia. Y fue una época que fue gestando la revolución que vino después. Y el sentido de pertenencia que nos dejó la FIQ es algo que no percibí en otras universidades”.

 

Prensa FIQ | UNL